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lunes, 7 de marzo de 2011

UN DÍA DE PARO

Transporte alternativo para días de paro

Es desestresante y bucólico vivir allá donde las vacas pastan y las gallinas no conocen corral, pero la vida se torna aún más trepidante cuando los micros deciden entrar en paro indefinido. Esto significa que si quieres salir de tu mundo paleolítico para ir a la ciudad, debes pagar 30 veces más por un taxi o realizar extrañas maniobras, y a veces hasta contorsiones, para trasladarte.
Días atrás tenía la esperanza de que el paro se levantara, y esperé pacientemente al viernes para poder cobrar mis honorarios, que estaban en la empresa hacía días. Llegó el viernes y nada se solucionó, así que tomé la heroica decisión de sacar pecho y entregarme a la aventura de llegar al centro de la ciudad por un módico precio, es decir, obviando la existencia de los taxis.
Pues bueno, me voy caminando a una calle a  dos cuadras de casa, por donde supuestamente pasa un trufi que va a La Ramada. Un trufi es un coche con recorrido fijo que va recogiendo pasajeros hasta llenarse, y cobra prácticamente lo mismo por persona que un micro. Esos trufis van al centro, hasta el mayor mercado de abasto, que se llama La Ramada. Andaba yo por la calle haciéndome la que no esperaba ni trufi ni nada…y el trufi no pasaba. En la esquina había unos motoqueros, es decir unos moto-taxistas, pero a no ser por causas de fuerza mayor, no vuelvo a subirme en uno de esos cacharros, porque esos tíos corren que da  miedo y un día uno casi me dejó tirada cual pelusa en un badén, así que nada.
Viendo que no había el dichoso trufi, y ante mi negativa a morir tan joven despeñada de un moto-taxi, decidí que lo más inteligente y económico era andar los 2 kilómetros que separan mi casa de la avenida para allí ver en qué podía acercarme al centro. Eran las 9 de la mañana y el calor, que empezaba a ser asfixiante, empezó a aniquilar mi rico olorcillo a recién duchada, y como encima he engordado, empecé a escocerme. Tratando de no perder mi rictus de “me gusta andar largas distancias”, seguí con paso firme, mirando de vez en cuando para atrás por si por casualidad venía un trufi. Y al borde de la tortícolis llegué a la avenida.
En la avenida había cantidad de desgraciados como yo, que o no podían o no querían pagar un pastón por un taxi….cuando….de repente, se acerca un micro de esos interprovinciales, de los que vienen de un pueblo que se llama El Torno, y que también van hasta el centro. Le levanto la mano y para. Yo me las prometía muy felices, pensando que había merecido la pena la escocedura. Entro y estaba repletito, el chofer me cobra 50 centavos más de lo normal, pero bueno, con este caos qué más da. Y de repente, el tío me dice que va hasta el km 6, no hasta el centro, así que hice el amago de que me devolviera la plata. Sin embargo, él me explicó que como los micreros en huelga boicotean, apedrean o pinchan las ruedas a los que no acatan, no se puede acercar al centro, por lo que nos dejará 2 km más allá, donde por el mismo precio haremos trasbordo a uno de esos camioncitos que sirven para llevar cerdos y otro tipo de animales o cosas no humanas – camioncitos sin techo ni nada- .
Yo me juré que no iría nunca en uno de esos, que son los que están solucionando a mucha gente la vida en estos tiempos de huelga, pero me di cuenta que si quería ir barato a cobrar a la empresa, tendría que ir como un cochino ahí encima. Pues bien, llegamos al km 6, y le informan al chofer que no está nuestro trasbordo. Tras unos minutos de deliberaciones, el chofer, que era un encanto, decidió arriesgar su vida y su micro y acercarnos hasta un poco antes del centro, pero eso sí, nos pidió camuflaje absoluto. Como sus cristales eran tintados, nos pidió cerrarlos todos para que no nos vieran desde fuera. Y todos, orgullosos de la heroicidad del chofer, le hicimos caso…merecía la pena con tal de llegar al centro. Y allí estábamos, apretados y sudorosos, en esa lata cerrada herméticamente, por supuesto sin aire acondicionado, haciendo bromas acerca de si nos lincharían a todos. De vez en cuando alguno abría un poquito su ventana para que corriera el aire, porque la cosa estaba como para quedarse tieso ahí mismo.
Por fin llegamos al lugar, el chofer eligió una calle un poco apartada y nos pidió que saliéramos rápido para que no nos vieran. Yo me sentía como una criminal escapando de la cárcel, realmente fueron muy notables la emoción y la intriga que viví en la flota camuflada.
Una vez en la calle, miré hacia atrás varias veces por si estaban ya linchando al chofer o por si me seguían a mí para ajusticiarme, y al no ver ningún movimiento sospechoso me puse en la acera a ver en qué me iba a algún punto cercano a la empresa. Pasaban un montón de trufis legales llenos, y también ilegales, es decir, un montón de tíos hizo su agosto poniéndole un letrero a su cristal diciendo que era trufi y llevando gente. Tras quedarme paralizada por algunos minutos, vi un falso trufi,  con su letrero de hoja de cuaderno,  que tenía espacio y lo llamé. Cuando me monto resulta que el conductor era un niño de unos 18 años, melenudo y desgreñado, con una camiseta creo que de AC/DC. Detrás había un pasajero leyendo el periódico que se veía muy tranquilo, así que pensé que quizás no me secuestrarían. Al fin llegamos a donde quería y me bajé. Después anduve unos 10 minutos hasta la empresa porque no me daba la gana de gastar más de 4 pesos, cuando siempre iba por 1,50. Así que me deleité viendo los jardines de los vecinos y observando a la gente que paseaba.
Al fin llegué, cobré mi dinero, y cuando vi tantos billetes decidí llamar un radio taxi para volver, que me costó casi 10 veces más que el anterior viaje. Le pedí que me dejara en el mercadito del kilómetro 6 para hacer unas compritas, y después me planté en la avenida para ver si pillaba un trufi hasta casa. Se me pusieron al lado dos niñitos que me conocían por lo visto, eran de mi barrio y estaban esperando el trufi también. Como nunca pasó, llamé otro radio taxi y de paso los dejé en su casa. La niñita, que era mayor que su hermano, me quiso pagar, pero le dije que guardara sus monedas para comprar globitos para carnaval, siempre y cuando le dijera a sus amigos que yo era su coleguita y cuando me viera pasar les dijera que no me tiraran globazos a mí. El trato quedó hecho, y llegué hasta mi casa.
Estamos a lunes y sigo recluida, no he salido ni a la tienda de la esquina. Y sigue el paro de micros. Vamos a ver cómo me las arreglo para ir a trabajar cuando me toque ir.

sábado, 5 de marzo de 2011

EL CARNAVAL EN SANTA CRUZ

La mojazón
Reina del carnaval


Mi perro Keiko, atacado por los carnavaleros

Llegó una de las épocas del año que más detesto desde que vivo aquí: el carnaval. No quiero herir la sensibilidad de algunos adeptos al carnaval cruceño, pero me parece de lo más simple. Y encima atenta contra la integridad física, que es lo que más me asusta. En realidad le tengo miedo.
Algunos por aquí dicen que el carnaval es la máxima expresión de la identidad cruceña, y yo me pregunto si infravaloran tanto su cultura como para considerar esto el culmen de su idiosincrasia.
Hoy es el famoso sábado del corso, es decir del desfile de carros alegóricos, reinas, ballets y comparsas. Para mí, una de las pocas cosas rescatables son los ballets, que de todas formas suelen vestir aberraciones de los trajes típicos, como los de mujer – tipois- que son originalmente de algodón y anchos, pero que aquí los usan en tejidos sintéticos de brillo delator, con pinzas, volantes sesgados y longitudes ínfimas. Y supuestamente están mostrando la cultura originaria del lugar. Pero no importa, en este pueblo hay que darle a todo un toque “fashion”, aunque desvirtúe la tradición. También son rescatables algunos carros, y los trajes de algunas reinas. Pero aparte de eso, lo que se ve en un corso son comparseros cerveza en mano, bastante pasaditos de copas, que pasean, saltan y beben mientras la gente que está en las tarimas los miran. No le veo nada de cultural.
Bueno, esto no es lo peor, lo peor es la borrachera y la “cochinera” que siguen al corso, es decir, los tres días de “mojazón”. Esto consiste básicamente en una colosal reunión de personas, más que nada jóvenes, que ocupan toda una calle del centro de la ciudad -la Ballivián-. La gracia del asunto es estar bruto de borracho, manchado de pintura, mojado y aputarrado. Como la cosa es peliaguda, la gente que va allá utiliza algunas estrategias para que el daño no sea tan grave, como por ejemplo usar ropa vieja y casacas,  hacerse trenzas en el pelo – para que la mierda no penetre mucho- o cubrirse el mismo con pañuelos. Y es que la pintura que utilizan es difícil de sacar. Algunos se sienten orgullosos de volver al trabajo, después de carnaval, cubiertos de manchas moradas y de otros atractivos colores, ya que es señal de que “carnavalearon”.  Obviamente también utilizan compuestos más inocuos, como el H2O y espumas suaves. Pero el caso es que el más guay es el que esté más asqueroso y más mojado, y para algunos, el más chuli es el que quedó más ebrio. Además es una tradición sagrada pintar las fachadas de todas las casas y comercios que hay en los alrededores, obligando a sus propietarios a invertir en pintura para que vuelvan a verse decentes. Los más previsores  forran sus fachadas con hule para evitar la hecatombe. Pero por supuesto, todo ello constituye la máxima expresión  cultural de Santa Cruz.
Este espectacular movimiento cultural se ve magnificado en los barrios, fuera del centro, donde hordas de niños enloquecidos se divierten lanzando “vejigazos” a los transeúntes, es decir, tirándoles globitos llenos de agua o pintura. No importa si tienes gafas o si sales muy limpita de casa, la gracia del asunto es joder al que pase en una especie de “terrorismo callejero” que según algunos es altamente cultural. No es raro que los vándalos rompan los cristales de algunos micros o coches gracias al impacto de sus globos malditos, pero si sales atrás de los niños y les das un buen sopapo seguramente la Unidad de Protección al Menor te dirá que eres un maltratador infantil – y no los padres de los terroristas, que no los controlan-. Es peor si llueve, ya que una de las grandes diversiones de los niños en los barrios es ensañarse con algunos, tirándolos a los charcos llenos de barro y revolcándolos. Y además no respetan ni a los perros. Esto lo digo porque hace dos años mi perro Keiko se fue a pasear por el barrio y volvió todo acochinado y manchado de pintura, pintura que tardó al menos una semana en salir. Pero a quién le importa: es cultura. Algunas de las medidas anti-culturales tomadas por ciertas personas incultas son salir con ropa vieja de casa o directamente aprovisionarse de víveres y no salir - como hago yo-. Los dueños de micros y algunos coches suelen embadurnar los mismos con grasa para que la pintura que les lanzan los antisociales no se pegue.
En fin, esto es lo que algunos eruditos dicen que es “la máxima expresión de la cultura cruceña”. A mí que no me jodan. Parece mentira que teniendo semejante historia, folclore, gastronomía y un largo etcétera, se sientan orgullosos de este despelote. Siento mucho ser intransigente en esto- especialmente para los que creen que esta marabunta es material de exportación-, pero nadie en su sano juicio va a pagar un dineral en venir de otro país para ver gente borracha y manchada de pintura. Hay algunos carros alegóricos bonitos, pero nada que supere en lo más mínimo a otros carnavales que a los potenciales turistas les pille más cerca. Por eso el carnaval de Santa Cruz no es un destino turístico pero el de Oruro sí. Porque el de Oruro sí es una obra de arte, porque sus bailes, sus vestimentas y su simbología sí muestran al visitante tradición y personalidad. Pero borrachos y tías mostrando cachas hay en todos lados. Para que de verdad merezca la pena gastar el dinero en llegar hasta Santa Cruz para ver su carnaval, hay que ir a las provincias, donde las costumbres más o menos se conservan. A ninguna persona que yo aprecie le aconsejaría que venga a ver todo esto, porque no merece la pena en absoluto. Santa Cruz tiene miles de cosas que sí son dignas de ver y ésta, en mi opinión, no está a la altura de ninguna de ellas.
Siento haber herido susceptibilidades con esta crítica pero no tengo tiempo de preocuparme de ello porque estoy viendo en la tele la entrada del carnaval de Oruro, “Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad”. Una de esas muchas cosas maravillosas que tiene Bolivia y que sí son de exportación.