Transporte alternativo para días de paro |
Es desestresante y bucólico vivir allá donde las vacas pastan y las gallinas no conocen corral, pero la vida se torna aún más trepidante cuando los micros deciden entrar en paro indefinido. Esto significa que si quieres salir de tu mundo paleolítico para ir a la ciudad, debes pagar 30 veces más por un taxi o realizar extrañas maniobras, y a veces hasta contorsiones, para trasladarte.
Días atrás tenía la esperanza de que el paro se levantara, y esperé pacientemente al viernes para poder cobrar mis honorarios, que estaban en la empresa hacía días. Llegó el viernes y nada se solucionó, así que tomé la heroica decisión de sacar pecho y entregarme a la aventura de llegar al centro de la ciudad por un módico precio, es decir, obviando la existencia de los taxis.
Pues bueno, me voy caminando a una calle a dos cuadras de casa, por donde supuestamente pasa un trufi que va a La Ramada. Un trufi es un coche con recorrido fijo que va recogiendo pasajeros hasta llenarse, y cobra prácticamente lo mismo por persona que un micro. Esos trufis van al centro, hasta el mayor mercado de abasto, que se llama La Ramada. Andaba yo por la calle haciéndome la que no esperaba ni trufi ni nada…y el trufi no pasaba. En la esquina había unos motoqueros, es decir unos moto-taxistas, pero a no ser por causas de fuerza mayor, no vuelvo a subirme en uno de esos cacharros, porque esos tíos corren que da miedo y un día uno casi me dejó tirada cual pelusa en un badén, así que nada.
Viendo que no había el dichoso trufi, y ante mi negativa a morir tan joven despeñada de un moto-taxi, decidí que lo más inteligente y económico era andar los 2 kilómetros que separan mi casa de la avenida para allí ver en qué podía acercarme al centro. Eran las 9 de la mañana y el calor, que empezaba a ser asfixiante, empezó a aniquilar mi rico olorcillo a recién duchada, y como encima he engordado, empecé a escocerme. Tratando de no perder mi rictus de “me gusta andar largas distancias”, seguí con paso firme, mirando de vez en cuando para atrás por si por casualidad venía un trufi. Y al borde de la tortícolis llegué a la avenida.
En la avenida había cantidad de desgraciados como yo, que o no podían o no querían pagar un pastón por un taxi….cuando….de repente, se acerca un micro de esos interprovinciales, de los que vienen de un pueblo que se llama El Torno, y que también van hasta el centro. Le levanto la mano y para. Yo me las prometía muy felices, pensando que había merecido la pena la escocedura. Entro y estaba repletito, el chofer me cobra 50 centavos más de lo normal, pero bueno, con este caos qué más da. Y de repente, el tío me dice que va hasta el km 6, no hasta el centro, así que hice el amago de que me devolviera la plata. Sin embargo, él me explicó que como los micreros en huelga boicotean, apedrean o pinchan las ruedas a los que no acatan, no se puede acercar al centro, por lo que nos dejará 2 km más allá, donde por el mismo precio haremos trasbordo a uno de esos camioncitos que sirven para llevar cerdos y otro tipo de animales o cosas no humanas – camioncitos sin techo ni nada- .
Yo me juré que no iría nunca en uno de esos, que son los que están solucionando a mucha gente la vida en estos tiempos de huelga, pero me di cuenta que si quería ir barato a cobrar a la empresa, tendría que ir como un cochino ahí encima. Pues bien, llegamos al km 6, y le informan al chofer que no está nuestro trasbordo. Tras unos minutos de deliberaciones, el chofer, que era un encanto, decidió arriesgar su vida y su micro y acercarnos hasta un poco antes del centro, pero eso sí, nos pidió camuflaje absoluto. Como sus cristales eran tintados, nos pidió cerrarlos todos para que no nos vieran desde fuera. Y todos, orgullosos de la heroicidad del chofer, le hicimos caso…merecía la pena con tal de llegar al centro. Y allí estábamos, apretados y sudorosos, en esa lata cerrada herméticamente, por supuesto sin aire acondicionado, haciendo bromas acerca de si nos lincharían a todos. De vez en cuando alguno abría un poquito su ventana para que corriera el aire, porque la cosa estaba como para quedarse tieso ahí mismo.
Por fin llegamos al lugar, el chofer eligió una calle un poco apartada y nos pidió que saliéramos rápido para que no nos vieran. Yo me sentía como una criminal escapando de la cárcel, realmente fueron muy notables la emoción y la intriga que viví en la flota camuflada.
Una vez en la calle, miré hacia atrás varias veces por si estaban ya linchando al chofer o por si me seguían a mí para ajusticiarme, y al no ver ningún movimiento sospechoso me puse en la acera a ver en qué me iba a algún punto cercano a la empresa. Pasaban un montón de trufis legales llenos, y también ilegales, es decir, un montón de tíos hizo su agosto poniéndole un letrero a su cristal diciendo que era trufi y llevando gente. Tras quedarme paralizada por algunos minutos, vi un falso trufi, con su letrero de hoja de cuaderno, que tenía espacio y lo llamé. Cuando me monto resulta que el conductor era un niño de unos 18 años, melenudo y desgreñado, con una camiseta creo que de AC/DC. Detrás había un pasajero leyendo el periódico que se veía muy tranquilo, así que pensé que quizás no me secuestrarían. Al fin llegamos a donde quería y me bajé. Después anduve unos 10 minutos hasta la empresa porque no me daba la gana de gastar más de 4 pesos, cuando siempre iba por 1,50. Así que me deleité viendo los jardines de los vecinos y observando a la gente que paseaba.
Al fin llegué, cobré mi dinero, y cuando vi tantos billetes decidí llamar un radio taxi para volver, que me costó casi 10 veces más que el anterior viaje. Le pedí que me dejara en el mercadito del kilómetro 6 para hacer unas compritas, y después me planté en la avenida para ver si pillaba un trufi hasta casa. Se me pusieron al lado dos niñitos que me conocían por lo visto, eran de mi barrio y estaban esperando el trufi también. Como nunca pasó, llamé otro radio taxi y de paso los dejé en su casa. La niñita, que era mayor que su hermano, me quiso pagar, pero le dije que guardara sus monedas para comprar globitos para carnaval, siempre y cuando le dijera a sus amigos que yo era su coleguita y cuando me viera pasar les dijera que no me tiraran globazos a mí. El trato quedó hecho, y llegué hasta mi casa.
Estamos a lunes y sigo recluida, no he salido ni a la tienda de la esquina. Y sigue el paro de micros. Vamos a ver cómo me las arreglo para ir a trabajar cuando me toque ir.