La mojazón |
Reina del carnaval |
Mi perro Keiko, atacado por los carnavaleros |
Llegó una de las épocas del año que más detesto desde que vivo aquí: el carnaval. No quiero herir la sensibilidad de algunos adeptos al carnaval cruceño, pero me parece de lo más simple. Y encima atenta contra la integridad física, que es lo que más me asusta. En realidad le tengo miedo.
Algunos por aquí dicen que el carnaval es la máxima expresión de la identidad cruceña, y yo me pregunto si infravaloran tanto su cultura como para considerar esto el culmen de su idiosincrasia.
Hoy es el famoso sábado del corso, es decir del desfile de carros alegóricos, reinas, ballets y comparsas. Para mí, una de las pocas cosas rescatables son los ballets, que de todas formas suelen vestir aberraciones de los trajes típicos, como los de mujer – tipois- que son originalmente de algodón y anchos, pero que aquí los usan en tejidos sintéticos de brillo delator, con pinzas, volantes sesgados y longitudes ínfimas. Y supuestamente están mostrando la cultura originaria del lugar. Pero no importa, en este pueblo hay que darle a todo un toque “fashion”, aunque desvirtúe la tradición. También son rescatables algunos carros, y los trajes de algunas reinas. Pero aparte de eso, lo que se ve en un corso son comparseros cerveza en mano, bastante pasaditos de copas, que pasean, saltan y beben mientras la gente que está en las tarimas los miran. No le veo nada de cultural.
Bueno, esto no es lo peor, lo peor es la borrachera y la “cochinera” que siguen al corso, es decir, los tres días de “mojazón”. Esto consiste básicamente en una colosal reunión de personas, más que nada jóvenes, que ocupan toda una calle del centro de la ciudad -la Ballivián-. La gracia del asunto es estar bruto de borracho, manchado de pintura, mojado y aputarrado. Como la cosa es peliaguda, la gente que va allá utiliza algunas estrategias para que el daño no sea tan grave, como por ejemplo usar ropa vieja y casacas, hacerse trenzas en el pelo – para que la mierda no penetre mucho- o cubrirse el mismo con pañuelos. Y es que la pintura que utilizan es difícil de sacar. Algunos se sienten orgullosos de volver al trabajo, después de carnaval, cubiertos de manchas moradas y de otros atractivos colores, ya que es señal de que “carnavalearon”. Obviamente también utilizan compuestos más inocuos, como el H2O y espumas suaves. Pero el caso es que el más guay es el que esté más asqueroso y más mojado, y para algunos, el más chuli es el que quedó más ebrio. Además es una tradición sagrada pintar las fachadas de todas las casas y comercios que hay en los alrededores, obligando a sus propietarios a invertir en pintura para que vuelvan a verse decentes. Los más previsores forran sus fachadas con hule para evitar la hecatombe. Pero por supuesto, todo ello constituye la máxima expresión cultural de Santa Cruz.
Este espectacular movimiento cultural se ve magnificado en los barrios, fuera del centro, donde hordas de niños enloquecidos se divierten lanzando “vejigazos” a los transeúntes, es decir, tirándoles globitos llenos de agua o pintura. No importa si tienes gafas o si sales muy limpita de casa, la gracia del asunto es joder al que pase en una especie de “terrorismo callejero” que según algunos es altamente cultural. No es raro que los vándalos rompan los cristales de algunos micros o coches gracias al impacto de sus globos malditos, pero si sales atrás de los niños y les das un buen sopapo seguramente la Unidad de Protección al Menor te dirá que eres un maltratador infantil – y no los padres de los terroristas, que no los controlan-. Es peor si llueve, ya que una de las grandes diversiones de los niños en los barrios es ensañarse con algunos, tirándolos a los charcos llenos de barro y revolcándolos. Y además no respetan ni a los perros. Esto lo digo porque hace dos años mi perro Keiko se fue a pasear por el barrio y volvió todo acochinado y manchado de pintura, pintura que tardó al menos una semana en salir. Pero a quién le importa: es cultura. Algunas de las medidas anti-culturales tomadas por ciertas personas incultas son salir con ropa vieja de casa o directamente aprovisionarse de víveres y no salir - como hago yo-. Los dueños de micros y algunos coches suelen embadurnar los mismos con grasa para que la pintura que les lanzan los antisociales no se pegue.
En fin, esto es lo que algunos eruditos dicen que es “la máxima expresión de la cultura cruceña”. A mí que no me jodan. Parece mentira que teniendo semejante historia, folclore, gastronomía y un largo etcétera, se sientan orgullosos de este despelote. Siento mucho ser intransigente en esto- especialmente para los que creen que esta marabunta es material de exportación-, pero nadie en su sano juicio va a pagar un dineral en venir de otro país para ver gente borracha y manchada de pintura. Hay algunos carros alegóricos bonitos, pero nada que supere en lo más mínimo a otros carnavales que a los potenciales turistas les pille más cerca. Por eso el carnaval de Santa Cruz no es un destino turístico pero el de Oruro sí. Porque el de Oruro sí es una obra de arte, porque sus bailes, sus vestimentas y su simbología sí muestran al visitante tradición y personalidad. Pero borrachos y tías mostrando cachas hay en todos lados. Para que de verdad merezca la pena gastar el dinero en llegar hasta Santa Cruz para ver su carnaval, hay que ir a las provincias, donde las costumbres más o menos se conservan. A ninguna persona que yo aprecie le aconsejaría que venga a ver todo esto, porque no merece la pena en absoluto. Santa Cruz tiene miles de cosas que sí son dignas de ver y ésta, en mi opinión, no está a la altura de ninguna de ellas.
Siento haber herido susceptibilidades con esta crítica pero no tengo tiempo de preocuparme de ello porque estoy viendo en la tele la entrada del carnaval de Oruro, “Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad”. Una de esas muchas cosas maravillosas que tiene Bolivia y que sí son de exportación.