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jueves, 24 de febrero de 2011

¿QUÉ ES EXACTAMENTE "LA NIÑA"?


Mucha gente se preguntará qué es exactamente eso del fenómeno de la Niña. Es cierto que nos dicen muchas cosas sobre él en internet y en la tele, pero desgraciadamente nos lo exponen como si todos fuéramos climatólogos expertos o biólogos avanzados, así que casi nunca logramos entenderlo. Pues bien, eso se acabó: llegaron al lugar indicado, a aquel donde les explicarán con lenguaje popular y totalmente accesible en qué consiste este fenómeno climatológico y sus consecuencias.
El fenómeno de la Niña consiste en un lote de llover que no veas, pero sin mucho frío. Resulta que llega un día en que empieza a diluviar de buenas a primeras y durante varias semanas sólo escampa a ratos, que son los que aprovechas para salir de casa, hacer tus compras, lavar tu ropa y tenderla.  Este fenómeno en realidad consiste en una humedad horrorosa que te impide almacenar las bolsas de toallitas limpiadoras de cutis si no están bien cerradas, porque cuando vuelves para coger otra, el contenido está lleno de moho, desde la toallita de encima hasta la de más abajo.
La Niña tiene otras peculiaridades, como la de lograr que los charcos nunca desaparezcan de tu barrio y encuentres patos nadando por doquier. También provoca que los bajos del micro se mojen, que el vehículo se ahogue y el chofer obligue a los pasajeros a empujarlo para que vuelva a andar, o mejor dicho a nadar (como me pasó hoy).
La Niña provoca la expansión de la selva amazónica en lugares inauditos, no sólo por la brutal proliferación de la vegetación, que te invade y te atrapa violentamente, sino también por la aparición repentina de manadas de hormigas carnívoras y otros bichos ponzoñosos que cuando menos lo esperas, ascienden por tus piernas en cuestión de milisegundos convirtiéndote en soprano de forma inmediata. Y qué se puede decir de las lombrices que irrumpen en cualquier ambiente de la vivienda, especialmente en la ducha cuando estás dentro de ella.
La Niña provoca pereza existencial por falta de radiación ultravioleta y hace que sólo las personas de memoria prodigiosa recuerden como son el sol, la luna y las estrellas. El elevado índice de humedad ambiente hace que las rizadas se vuelvan afro y que el sudor se torne espeso. Además, las aguas estancadas son gloria bendita para las larvas del mosquito que provoca el dengue, lo que da lugar a epidemias y muertos (yo soy una sobreviviente del dengue, y quiero que quede patente como herida de guerra).
La Niña hace que los ríos se desborden y que la gente de escasos recursos que viven junto a  las orillas tenga que huir o morir. También ocasiona derrumbes de laderas, a veces habitadas. Carcome cimientos, desmenuza tapias, pudre árboles que a veces caen sobre personas, arruina cultivos y ganados.
El año pasado nos quejábamos por la sequía, nos bombardeaban con imágenes de cientos de cabezas de ganado muertas por deshidratación. Hoy, en esas mismas áreas, los terrenos están inundados y el ganado y las personas, en peligro. Eso es el fenómeno de la Niña.
¿Pero qué coño es esto?  Los viejos dicen aquí que el clima ha cambiado, que ya no es lo que era. Lo peor es que los jóvenes también lo dicen. Y yo, en sólo diez años, también he podido notar estas diferencias climáticas. Desde mi cómoda posición puedo encontrar mil detalles cómicos que contar sobre la forma en que estos cambios afectan mi vida, pero para mucha gente de cómico no tiene nada. De hecho estamos en emergencia.
Lo que yo me pregunto es si esto se ve magnificado por nuestra insana forma de vida, porque estos fenómenos son cíclicos, pero… ¿sería descabellado pensar que los estamos exacerbando demasiado con nuestro opulento desarrollo? Mira, yo no soy experta en la materia, pero creo que hay que escuchar a los mayores.

VAMOS AL MERCADO



Los súper y los híper son muy bonitos, limpios y ordenados, además te brindan una comodidad sin igual, pero no tienen ese saborcillo especial de los mercados de abasto. A mí me encanta ir a los mercados de aquí porque socializo muchísimo y me relajo.
No hay nada mejor que tener tu mercado preferido y tus vendedoras de confianza -es decir, tus “caseras”-. Mi mercado está a unos 3 kilómetros de casa y tengo que ir en micro, pero sólo tardo 10 minutos en llegar. Mi estrategia es llevar mochila para cargar la compra, cosa que no se le ocurre a nadie y eso me impresiona sobremanera, ya que es incomodísimo llevar las compras en bolsones de mano como hace todo el mundo.
Cuando llego lo primero que busco es “lengua de panza”, es decir páncreas de vaca. Esto lo encuentro en el sector de carnicerías, donde todo lo que se vende está sobre el mesón o colgado de ganchos escurriendo sangre. No importa si hace calor y hay moscas, las carniceras tienen útiles artilugios para espantarlas, como por ejemplo palos con bolsas de plástico atadas en el extremo, y si las moscas se atreven a posarse en la carne, ellas los agitan vigorosamente hasta hacerlas retroceder para volver a tomar impulso. La lengua de panza es para mis perros, me dijo la veterinaria que es muy aconsejable, y como la vendedora ya es mi amiga, siempre me da las más bonitas y sin que yo se las pida, porque en su puesto siempre compro lo mismo. Me encanta no tener que pedir las cosas.
Después me voy a la carnicería de enfrente para comprar carne de primera para nosotros. Es interesante esto porque los pedazos de carne están colgados a 10 centímetros de tus ojos, todos en fila, y para comunicarte visualmente con la vendedora tienes que estar fisgando entre costillas y lomos. Además está permitido tocar, así que no te conformes con mirar de cerca y oler. Puedes comprobar la consistencia de la carne con tus propias manos apretándola y dándole la vuelta si es necesario para admirar todo su contorno y asegurarte así de hacer la mejor compra.
Desde el  sector de carnicerías, del que salgo esquivando perros hambrientos que esperan cualquier descuido, me traslado al pasillo de las verduras. Es un pasillo largo y muy aromatizado, bordeado de sacos y bolsones por donde asoman papas, cebollas, pimientos, mandiocas y tomates, ideal para magrearte con todos los que transitan por él en dirección contraria. Yo tengo mi caserita, que me llama “amiguita”. Es una señora de pollera que conmigo habla castellano pero que con las vendedoras de alrededor habla aymara, y que siempre me regala un manojo de cebollita verde por mi compra. Tiene tantos sacos alrededor que le es difícil moverse para alcanzar las verduras, y su ayudante tiene unas trenzas larguísimas y frondosísimas con unas típicas bolitas de adorno al final, con las que una vez, al darse la vuelta para pesarme los tomates, me golpeó hasta casi hacerme perder el equilibrio. Por eso yo le digo que sus trenzas son armas de auto- defensa y que si un día la atacan no dude en darle un latigazo al que se atreva.  
De las verduras me voy al puesto de mi amiga Doña Celia, donde compro pasta, tomate frito, papel higiénico, sal, arroz y muchas cosas más. A veces cuando no hay muchos clientes charlamos sobre la inflación, la subida de los precios de la canasta familiar y otros temas de interés, y siempre hay otras clientas que se suman a la tertulia participando con esos “es que la plata ya no alcanza, oiga” o aquellos “es que todo está por las nubes”. Y no hay nada que me fascine más que criticar la situación en la que vivimos con el monedero debajo del sobaco.
Después de éstas y otras compras, salgo del mercado con la mochila atestada y busco a una cholita vieja que se planta en una esquina con su carretilla vendiendo higos chumbos. Cuando no la veo me pongo muy triste, pero cuando está le compro un montón, y como ella se hizo mi amiguita, cuando me ve llegando ya está bolsa en mano metiéndome los más bonitos.
Con mis higos en la bolsa, me paso a la acera de enfrente y espero mi micro. Cuando subo, suben conmigo otras amas de casa con sus bolsones llenitos. La parte final del camino a casa tiene tantos baches que no es raro que rueden algunos pimientos y cebollas por el suelo, pero como todos somos solidarios, si su dueña no puede cogerlos lo hacemos nosotros.
La verdad es que los súper y los híper están muy bonitos, pero en ellos no puedes vivir ese ambientillo peculiar de los mercados de abasto, donde a veces te dan de más si les caes bien, donde puedes entablar conversaciones de auténtica maruja e ir con cualquier pinta. En los mercados conoces lo que en realidad llaman “el pueblo” y si tienes tiempo de ir para algo más que comprar, podrás encontrar en ellos mucho más que verduras y carne.