He hecho un sondeo profundo y he descubierto que muchas mujeres, cuando tienen problemas de pareja, se obsesionan por la limpieza. Es como si ese instinto freganchino, oculto de forma consciente o inconsciente, emergiera de forma violenta cual grano purulento, tornándose incontrolable.
Me he preguntado, observándome atentamente y escuchando a mi legión de amigas frustradas e insatisfechas, por qué nos da por ahí. Y profundizando más allá de aquello de “es para intentar no pensar”, he llegado a algunas conclusiones reveladoras con las que creo muchas estarán de acuerdo. Y son las siguientes:
- Cuando decides a sacar las telarañas de todos los rincones de la casa, ya sean interiores o exteriores, es porque has decidido, de manera aparentemente irrevocable, recuperar tu yo original y genuino, y has resuelto apartar de tu vida todo aquello que lo opaca y distorsiona. Cuando pasas el cepillo por aquellos lugares de difícil acceso, fantaseas con eliminar de tu vida esas cosas que soportas sin aún atreverte a creer que eres tú quien las permite. Cuando al fin la telaraña ha quedado adherida al cepillo y las arañas han huido despavoridas en busca de otro rincón, te regodeas al observar aquella esquina impoluta, despejada, como era el día que la conociste.
- Cuando te animas a coger la lija y eliminar con ella esas manchas difíciles, de cemento y pintura, a las que nunca prestaste atención anteriormente, es porque definitivamente te estás concienciando de lo graves que son algunas cosas que antes quisiste justificar. Pasas la lija por ellas compulsivamente y te felicitas cuando las ves desaparecer. Y entonces te preguntas por qué más allá de la limpieza casera no es tan sencillo eliminar esos pegotes inmundos que se interponen entre tu visión de la vida y tú.
- Cuando decides asir la escoba de manera enérgica y decidida, con el fin de eliminar las pelusas, la arena y las virutas dispersas por el suelo de tu casa, te sientes poderosa porque te ves a ti misma barriendo de tu vida ese montón de mierda con la que han traicionado tu confianza. Buscas lo inservible en los lugares más recónditos, en las esquinas olvidadas, en los rincones relegados. Retiras muebles, mueves cosas. Cada pelusa es una cabronada, cada bola de pelo es una putada, cada escombrillo es una decepción, cada grano de arroz reseco es una sorpresa desagradable.
-Una vez barrido a fondo el inmueble, pasas a dar uso a la fregona. Es entonces cuando decides dar una capa de lustre a tu vida y te aventuras a impregnarla de un aroma a lavanda que opaque el hedor a rancio y a mediocre. En ese momento, hundes tu fregona en el espumoso y fragante líquido, la escurres enérgicamente haciéndote la ilusión de que se trata de su neurona, y pasas el práctico artilugio –invento español, por cierto- por todas las superficies pisables de tu casa. Instantáneamente te preguntas por qué no resulta así de fácil borrar el tufillo a decepción y desánimo, pero de todas formas continúas decidida a disfrutar de ese mágico momento en el que los aires de tu casa parecen cambiar.
En resumen, mi estudio profundo, basado en la auto-observación y en el análisis de testimonios de mujeres que han experimentado la misma compulsión, arroja como resultado que el complejo proceso de limpieza es utilizado frecuentemente como un ensayo de aquello que quisiera hacerse en la vida real, pero que muchas veces no se hace.
Aunque esta interiorización del proceso higiénico doméstico no suele dar frutos en lo afectivo, hay que reconocer que podría ser de gran utilidad a la hora de tomar decisiones, y que si nos equivocamos es seguramente porque no sabemos, o no queremos, hacer una lectura adecuada del mismo.
De todas formas…¡qué limpia que está mi casa!.
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