Me encanta encontrarle el lado cómico a la vida, nunca pienso perder mi sentido del humor. Pero lamentablemente a veces ocurren cosas a tu alrededor que consiguen decaer tu ánimo y que te sumen en una espiral de impotencia, indignación y tristeza durante días. Quizás es por pensar demasiado –a veces pensar mucho no es saludable- y además sentir pena y decepción por las injusticias es una simple pérdida de tiempo. Es cierto. Pero la humanidad siempre quiso conocer las respuestas, mejorar su mundo, rebelarse ante lo que le hace daño…es algo ancestral y ligado a su ser. Esta idea me hace ser menos dura conmigo misma por verme a veces inmersa en neurosis como ésta en la que me siento desde hace unos días.
Todos los muertos deberían tener el mismo valor y conmover de la misma forma, pero por muchos motivos no es así. En este país muere mucha gente de forma violenta y ya nos hemos acostumbrado: comemos viendo muertos en los informativos, vemos cosas espantosas pero forman parte de la rutina. Siempre tiene que haber varios asaltos con muertos, varias violaciones de niñas, varios asesinados por sicarios en plena vía pública…es parte del paisaje. Pero de repente ocurre algo que no sucedió antes, una tragedia que elimina de una vez a mucha gente y para la que aquí no se está preparado, y entonces, la solidaridad crece de manera antes impensable, lloramos al verlo en la tele, nos emocionamos al pensar que alguien sobreviva y se convierte en una crisis colectiva, de la que una misma también llega a formar parte. Me refiero al desplome de un edificio de 10 plantas en construcción, con sus obreros y arquitectos dentro, en pleno centro de la ciudad. Algo que para nosotros es una gran hecatombe por muchos motivos, no sólo por el hecho de los muertos, sino por todas las cosas que esta situación pone en evidencia.
Aquí se intenta vivir bien, dejando a un lado la otra parte de la realidad, tratando de ignorar la grave situación política y económica. Disfrutando en los cumpleaños, en las bodas, en las reuniones entre amigos, haciendo chistes de lo que nos ocurre, tomándolo de forma liviana, como males menores que simplemente están ahí y pronto pasarán.
Casi todos nos hemos sentido impotentes al ver como los familiares de los obreros contaban que algunos apretaron la tecla de respuesta de su móvil de entre los escombros, cuando los rescatistas nacionales decían que les contestaban con golpes cuando los llamaban, mientras cientos de personas voluntarias llegaban para ayudar a sacar escombros, haciendo enormes filas, como hormigas, y gente pudiente y humilde llegaba al lugar con algo de comer o de beber para que no desfallecieran, mientras traían maquinaria especializada y expertos de otras partes del país y cuatro días después, cuando ya era tarde, expertos internacionales.
Alguien me dijo que por qué me afectaba tanto, si todos los días nace y muere gente. Pero más allá de las muertes, existen realidades que son aún más terribles y que te golpean en momentos así, cuando creías estar adormecida, en tu plácida rutina de conformidad. Las realidades de un país gobernado por un semi-dios que dice buscar la justicia social, cuando gasta millones en aviones privados y satélites y mantiene a la gente en la miseria, sin siquiera paliar la sed y el hambre de los que intentan salvar vidas. Cuando dice que no vino a solidarizarse con las familias por no figurar, aunque sí viajó a Chile a recibir al compatriota atrapado en la mina y poder así pasar a la historia como parte del show mediático planetario. Realidades como la falta de control en todo sentido, la precariedad con la que se trabaja, la fragilidad de todos ante cualquier desastre y el uso político que se hace de ello cuando conviene.
La realidad de un país que ya tiene muchos refugiados políticos en otras naciones, donde la demagogia es asfixiante y lo peor, donde tanta gente se deja engañar, como dormida, viendo sólo muertos en un edificio derrumbado, cuando sus ruinas son sólo un triste símbolo de cómo se destruye a un pueblo y se lo mantiene en la miseria con cinismo.
¿Cuándo podrá Bolivia, con toda su riqueza, salir adelante? ¿Cuándo será gobernada por personas que deseen tener un pueblo con el conocimiento necesario para ser consciente de lo que le ocurre? No puedo encontrar respuestas positivas a mis preguntas y siento que soy testigo de cómo, poco a poco, se va aborregando a las masas, se las va convenciendo, se las va manteniendo a raya, calladas y conformistas, y en muchos casos, víctimas del síndrome de Estocolmo. Y no puedo sentirme ajena a ello, porque aquí vivo y aquí quiero seguir viviendo. Y no me preocupan ya los muertos -están muertos- sino qué pasará con los vivos, hasta cuando permaneceremos sin reaccionar, sintiendo pena por lo que ya es inevitable y mirando impasibles todo lo que se desmorona alrededor.
Son realidades por encima de nuestra realidad personal, la del trabajo diario, la tranquilidad del hogar, la vaca en el camino y el micro viejo. Son realidades que aunque a veces queremos ignorar por nuestra propia salud mental, de vez en cuando se nos caen encima, quitándonos - pero sólo por poco tiempo- el sentido del humor.
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