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jueves, 24 de febrero de 2011

VAMOS AL MERCADO



Los súper y los híper son muy bonitos, limpios y ordenados, además te brindan una comodidad sin igual, pero no tienen ese saborcillo especial de los mercados de abasto. A mí me encanta ir a los mercados de aquí porque socializo muchísimo y me relajo.
No hay nada mejor que tener tu mercado preferido y tus vendedoras de confianza -es decir, tus “caseras”-. Mi mercado está a unos 3 kilómetros de casa y tengo que ir en micro, pero sólo tardo 10 minutos en llegar. Mi estrategia es llevar mochila para cargar la compra, cosa que no se le ocurre a nadie y eso me impresiona sobremanera, ya que es incomodísimo llevar las compras en bolsones de mano como hace todo el mundo.
Cuando llego lo primero que busco es “lengua de panza”, es decir páncreas de vaca. Esto lo encuentro en el sector de carnicerías, donde todo lo que se vende está sobre el mesón o colgado de ganchos escurriendo sangre. No importa si hace calor y hay moscas, las carniceras tienen útiles artilugios para espantarlas, como por ejemplo palos con bolsas de plástico atadas en el extremo, y si las moscas se atreven a posarse en la carne, ellas los agitan vigorosamente hasta hacerlas retroceder para volver a tomar impulso. La lengua de panza es para mis perros, me dijo la veterinaria que es muy aconsejable, y como la vendedora ya es mi amiga, siempre me da las más bonitas y sin que yo se las pida, porque en su puesto siempre compro lo mismo. Me encanta no tener que pedir las cosas.
Después me voy a la carnicería de enfrente para comprar carne de primera para nosotros. Es interesante esto porque los pedazos de carne están colgados a 10 centímetros de tus ojos, todos en fila, y para comunicarte visualmente con la vendedora tienes que estar fisgando entre costillas y lomos. Además está permitido tocar, así que no te conformes con mirar de cerca y oler. Puedes comprobar la consistencia de la carne con tus propias manos apretándola y dándole la vuelta si es necesario para admirar todo su contorno y asegurarte así de hacer la mejor compra.
Desde el  sector de carnicerías, del que salgo esquivando perros hambrientos que esperan cualquier descuido, me traslado al pasillo de las verduras. Es un pasillo largo y muy aromatizado, bordeado de sacos y bolsones por donde asoman papas, cebollas, pimientos, mandiocas y tomates, ideal para magrearte con todos los que transitan por él en dirección contraria. Yo tengo mi caserita, que me llama “amiguita”. Es una señora de pollera que conmigo habla castellano pero que con las vendedoras de alrededor habla aymara, y que siempre me regala un manojo de cebollita verde por mi compra. Tiene tantos sacos alrededor que le es difícil moverse para alcanzar las verduras, y su ayudante tiene unas trenzas larguísimas y frondosísimas con unas típicas bolitas de adorno al final, con las que una vez, al darse la vuelta para pesarme los tomates, me golpeó hasta casi hacerme perder el equilibrio. Por eso yo le digo que sus trenzas son armas de auto- defensa y que si un día la atacan no dude en darle un latigazo al que se atreva.  
De las verduras me voy al puesto de mi amiga Doña Celia, donde compro pasta, tomate frito, papel higiénico, sal, arroz y muchas cosas más. A veces cuando no hay muchos clientes charlamos sobre la inflación, la subida de los precios de la canasta familiar y otros temas de interés, y siempre hay otras clientas que se suman a la tertulia participando con esos “es que la plata ya no alcanza, oiga” o aquellos “es que todo está por las nubes”. Y no hay nada que me fascine más que criticar la situación en la que vivimos con el monedero debajo del sobaco.
Después de éstas y otras compras, salgo del mercado con la mochila atestada y busco a una cholita vieja que se planta en una esquina con su carretilla vendiendo higos chumbos. Cuando no la veo me pongo muy triste, pero cuando está le compro un montón, y como ella se hizo mi amiguita, cuando me ve llegando ya está bolsa en mano metiéndome los más bonitos.
Con mis higos en la bolsa, me paso a la acera de enfrente y espero mi micro. Cuando subo, suben conmigo otras amas de casa con sus bolsones llenitos. La parte final del camino a casa tiene tantos baches que no es raro que rueden algunos pimientos y cebollas por el suelo, pero como todos somos solidarios, si su dueña no puede cogerlos lo hacemos nosotros.
La verdad es que los súper y los híper están muy bonitos, pero en ellos no puedes vivir ese ambientillo peculiar de los mercados de abasto, donde a veces te dan de más si les caes bien, donde puedes entablar conversaciones de auténtica maruja e ir con cualquier pinta. En los mercados conoces lo que en realidad llaman “el pueblo” y si tienes tiempo de ir para algo más que comprar, podrás encontrar en ellos mucho más que verduras y carne.

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