Esta mañana desperté a las ocho, un poco tarde. Cuando abrí la puerta de la cocina, me encontré, como todos los días, un montón de gatos haciendo fila para poder adueñarse del sofá y de la cama. Y cómo no, mis dos perros mirándome con ojillos suplicantes para recibir el desayuno.
Todos los días lo mismo. Después poner la cafetera al fuego, encender el ordenador y consultar todo lo que me interesa mientras me tomo el café.
Todas las mañanas verifico el estado de la bolsa de basura de la cocina, tratando de llenarla lo máximo posible con tal de que me deje la posibilidad de hacerle un nudo arriba para pasarla a ese lugar inalcanzable por mis perros, el techo de su casa. Hay que tener en cuenta que el camión de la basura sólo pasa una vez en semana. Y que me pone nerviosa ver tantas bolsas con basura en el patio.
Volviendo al ordenador. Como al lado está el dormitorio, donde se encuentra la única televisión de la casa, y dado que me gusta saber las novedades y últimas noticias que salen en los magazines mañaneros, mientras miro los periódicos digitales, chateo y alimento mi facebook mantengo la tele encendida para escuchar qué dijo Evo Morales, a quién han metido ahora en la cárcel, cuál ha sido el último asalto en la ciudad y todo eso. Creo que no quiero volver a trabajar, sólo con tal de seguir en mi tranquila pereza, disfrutando la mañana con el mayor número posible de artefactos eléctricos encendidos. Es una vergüenza, lo sé, pero mientras se mantienen encendidos barro la casa, hago la cama y a veces hasta me dedico a la jardinería, porque plantas tengo bastantes y si me descuido me invade la maleza. En realidad, estoy invadida por los gatos, los perros y las plantas y todo en la casa está condicionado a ellos.
El caso, yo soy una emigrante con fronteras. Y mi casa es un mundo aparte.
Me han dicho que en España ya está prohibido ir a una vaqueriza y comprar leche recién ordeñada. Y que ya no se puede tener pollos ni gallinas en el corral. Yo me acuerdo cuando iba con mis abuelos paternos a comprar leche natural y la llevábamos a casa en una lechera de aluminio. Y me acuerdo también que mi abuela materna tenía gallinas y gallos en su corral. Hasta mi pato Rocky vivía allí. Es increíble que ya no dejen disfrutar de las cosas buenas de la vida. Aquí sin embargo, las vacas pastan en mi puerta, a veces salgo y me topo a una cerda con sus cerditos, el lechero pasa todas las mañanas en una carreta tirada por un caballo y vende leche recién ordeñada. Y mucha gente cría pollos en su casa. Inclusive yo tengo en este momento trece gatos y dos perros y a nadie se le ocurre quejarse. Y vivo en una gran ciudad, aunque sea en el extrarradio.
Alguna gente sigue asombrada de que haya decidido vivir aquí, viniendo de un lugar donde la leche siempre está pasteurizada, donde ya no se puede fumar en ningún sitio, donde todo está limpio y asfaltado y los autobuses están nuevos y tienen aire acondicionado. Pero aquí cuando llueve huele de verdad a tierra mojada, porque mi barrio no tiene pavimento. Los autobuses son chatarra, pero no necesitas andar hasta la parada porque los coges donde quieres. Aquí puedes convertirte en empresaria sin ningún papeleo, porque puedes abrir una tienda en tu propia casa sin ningún tipo de licencia, ya que nadie controla. Aquí puedes criar todos los animales que quieras porque nadie te lo prohíbe. Puedes negociar todavía el precio de algunos artículos cuando vas de compras. Puedes conseguir un cochecito hecho polvo por poco dinero, inclusive si tiene el volante en la derecha: aquí te lo cambian de lugar aunque el cuenta kilómetros quede en el lado opuesto. Y no importa si te pilla un atasco cuando vas en taxi, porque los taxímetros no existen. Y puedes disfrutar de otros raros placeres muy fácilmente. Aunque haya muchos bichos enormes, aunque existan epidemias de dengue, aunque los hospitales sean una pena y aunque haya tanta pobreza.
Yo pienso seguir acumulando bolsas de basura cada semana y cuando vuelva la época de niguas, me las pienso seguir sacando de debajo de la piel con un alfiler. Me pienso seguir moviendo en cafeteras con ruedas y voy a continuar cerrando las puertas al anochecer y comprando Baygon para no volver a tener el dengue. Me voy a arriesgar a no encontrar una buena atención médica si me ocurre algo grave y estoy dispuesta a soportar muchos más charcos por mi barrio cada vez que llueva. Porque hace ya mucho tiempo creé mis propias fronteras.
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