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domingo, 30 de enero de 2011

REALIDADES


Me encanta encontrarle el lado cómico a la vida, nunca pienso perder mi sentido del humor. Pero lamentablemente a veces ocurren cosas a tu alrededor que consiguen decaer tu ánimo y que te sumen en una espiral de impotencia, indignación y tristeza durante días. Quizás es por pensar demasiado –a veces pensar mucho no es saludable- y además sentir pena y decepción por las injusticias es una simple pérdida de tiempo. Es cierto. Pero la humanidad siempre quiso conocer las respuestas, mejorar su mundo, rebelarse ante lo que le hace daño…es algo ancestral y ligado a su ser. Esta idea me hace ser menos dura conmigo misma por verme a veces inmersa en neurosis como ésta en la que me siento desde hace unos días.
Todos los muertos deberían tener el mismo valor y conmover de la misma forma, pero por muchos motivos no es así. En este país muere mucha gente de forma violenta y ya nos hemos acostumbrado: comemos viendo muertos en los informativos, vemos cosas espantosas pero forman parte de la rutina. Siempre tiene que haber varios asaltos con muertos, varias violaciones de niñas, varios asesinados por sicarios en plena vía pública…es parte del paisaje. Pero de repente ocurre algo que no sucedió antes, una tragedia que elimina de una vez a mucha gente y para la que aquí no se está preparado, y entonces, la solidaridad crece de manera antes impensable, lloramos al verlo en la tele, nos emocionamos al pensar que alguien sobreviva y se convierte en una crisis colectiva, de la que una misma también llega a formar parte. Me refiero al desplome de un edificio de 10 plantas en construcción, con sus obreros y arquitectos dentro, en pleno centro de la ciudad. Algo que para nosotros es una gran hecatombe por muchos motivos, no sólo por el hecho de los muertos, sino por todas las cosas que esta situación pone en evidencia.
Aquí se intenta vivir bien, dejando a un lado la otra parte de la realidad, tratando de ignorar la grave situación política y económica. Disfrutando en los cumpleaños, en las bodas, en las reuniones entre amigos, haciendo chistes de lo que nos ocurre, tomándolo de forma liviana, como males menores que simplemente están ahí y pronto pasarán.
Casi todos nos hemos sentido impotentes al ver como los familiares de los obreros contaban que algunos apretaron la tecla de respuesta de su móvil de entre los escombros, cuando los rescatistas nacionales decían que les contestaban con golpes cuando los llamaban, mientras cientos de personas voluntarias llegaban para ayudar a sacar escombros, haciendo enormes filas, como hormigas, y gente pudiente y humilde llegaba al lugar con algo de comer o de beber para que no desfallecieran, mientras traían maquinaria especializada y expertos de otras partes del país y cuatro días después, cuando ya era tarde, expertos internacionales.
Alguien me dijo que por qué me afectaba tanto, si todos los días nace y muere gente. Pero más allá de las muertes, existen realidades que son aún más terribles y que te golpean en momentos así, cuando creías estar adormecida, en tu plácida rutina de conformidad.  Las realidades de un país gobernado por un semi-dios que dice buscar la justicia social, cuando gasta millones en aviones privados y satélites y mantiene a la gente en la miseria, sin siquiera paliar la sed y el hambre de los que intentan salvar vidas. Cuando dice que no vino a solidarizarse con las familias por no figurar, aunque sí viajó a Chile a recibir al compatriota atrapado en la mina y poder así pasar a la historia como parte del show mediático planetario.  Realidades como la falta de control en todo sentido, la precariedad con la que se trabaja, la fragilidad de todos ante cualquier desastre y el uso político que se hace de ello cuando conviene.
La realidad de un país que ya tiene muchos refugiados políticos en otras naciones, donde la demagogia es asfixiante  y lo peor, donde tanta gente se deja engañar, como dormida, viendo sólo muertos en un edificio derrumbado, cuando sus ruinas son sólo un triste símbolo de cómo se destruye a un pueblo y se lo mantiene en la miseria con cinismo.
¿Cuándo podrá Bolivia, con toda su riqueza, salir adelante? ¿Cuándo será gobernada por personas que deseen  tener un pueblo con el conocimiento necesario para ser consciente de lo que le ocurre? No puedo encontrar respuestas positivas a mis preguntas y siento que soy testigo de cómo, poco a poco, se va aborregando a las masas, se las va convenciendo, se las va manteniendo a raya, calladas y conformistas, y en muchos casos, víctimas del síndrome de Estocolmo. Y no puedo sentirme ajena a ello, porque aquí vivo y aquí quiero seguir viviendo. Y no me preocupan ya los muertos -están muertos- sino qué pasará con los vivos, hasta cuando permaneceremos sin reaccionar, sintiendo pena por lo que ya es inevitable y mirando impasibles todo lo que se desmorona alrededor.
Son realidades por encima de nuestra realidad personal, la del trabajo diario, la tranquilidad del hogar, la vaca en el camino y el micro viejo. Son realidades que aunque a veces queremos ignorar por nuestra propia salud mental, de vez en cuando se nos caen encima, quitándonos - pero sólo por poco tiempo- el sentido del humor.

miércoles, 26 de enero de 2011

DESPROGRAMARSE

Bolivia

Actualmente existe un gran número de fuentes de información que nos permiten conocer  lo que pasa en muchos lugares del mundo. Hay países que generan más noticias y de otros apenas se habla, pero en los años que llevo aquí me he dado cuenta de algo en lo que nunca había pensado: que estamos mal informados y que nos ofrecen datos muy sesgados. Unas veces es intencional, pero otras se debe simplemente a la falta de profundidad de las noticias.
Por ejemplo, de Bolivia se habla poco- aunque ahora más que antes- y a veces dan informaciones sobre el país que no son ciertas, ofreciendo una imagen totalmente distorsionada de lo que ocurre aquí. Me gustaría dar algunos ejemplos.
Voy a empezar por lo más impactante: la capital de Bolivia no es La Paz. Leyeron bien, no es La Paz. Los libros de texto nos mintieron toda la vida y los informativos lo siguen haciendo. La capital de Bolivia es Sucre y la sede de gobierno es La Paz. En la Paz se encuentran los poderes ejecutivo y legislativo y es una gran ciudad. En Sucre se encuentra sólo el poder judicial y es una ciudad pequeña. Es bastante extraño que un país se maneje desde una ciudad que no es su capital y más extraño aún que el lugar elegido para ello esté en un extremo del territorio y a casi 4.000 m de altura, sobre todo cuando la capital está prácticamente en el centro. El problema de esto es que, como no es un país suficientemente descentralizado, si vives en el extremo opuesto, tienes que hacerte unos 1.000 km y ascender del llano hasta los Andes para hacer algunos trámites, por ejemplo, cuando tuve que ir a La Paz para inscribirme en el registro civil como boliviana. Para un simple papel que se tramita en un día tuve que subir a las montañas, sufrir el mal de altura y prácticamente, viajar a otro mundo. Porque es otro mundo.
Cuando descubrí esto, me quedé totalmente impactada. Sentí que me habían engañado toda la vida. Y me pregunté, si en algo tan simple nos mienten, o al menos nos informan tan mal, ¿cómo será el resto?  ¿Qué nos han enseñado en el colegio, la universidad y a través de las fuentes de información en las que confiamos? Porque ya me queda la duda acerca de la veracidad de muchas cosas que aprendemos, no es posible que esto se trate solamente de un caso aislado. Por probabilidad no puede ser. Y lo más gracioso es que hay gente de mi país que ha tratado de discutir conmigo sobre este asunto diciéndome que estoy equivocada. ¿Qué me equivoco yo, que vivo hace casi 10 años aquí? ¿Confiamos más en lo que dicen los libros que en lo que cuenta quien conoce de primera mano la situación? Así me di cuenta que somos víctimas de los libros y los medios de comunicación. Esto rompió muchos de los esquemas para los que me habían programado.
Sigamos. La mayoría de la gente piensa o está convencida que el lago Titicaca es netamente peruano, pero no es cierto. Aunque la mayoría de su superficie está en Perú, una buena parte es boliviana. Creo que esto ha ocurrido porque Perú es un país mucho más avanzado en lo que a promoción turística se refiere, y la falta de difusión de las maravillas naturales de Bolivia ha provocado que mucha gente asocie el lago sólo con Perú. Aquí se puede ver que la desinformación conduce a una visión sesgada del mundo.
Mucha gente cree que Bolivia es un país exclusivamente andino y eso es totalmente falso. Una gran parte del mismo está formado por tierras bajas semi- tropicales donde hay jaguares, cocodrilos, anacondas y loros multicolores. Inclusive una parte de la Amazonía corresponde a Bolivia. En la tele siempre nos muestran mujeres con pollera, trenzas y niños a la espalda arropados por un aguayo. Hombres con gorritos de lana y ponchos viviendo en paisajes altos y áridos y si es posible, con unas cuantas cumbres nevadas atrás. Esas vestimentas son típicas sólo de la zona andina. No todos los bolivianos usan esa ropa, ni son morenos ni son andinos. Aquí existen 36 etnias y la mayoría son mestizos. El problema es que la zona andina siempre ha recibido más turismo y más proyección internacional, y eso ha logrado que en otros países estén convencidos que Bolivia es sólo un país de llamas y grandes alturas, cosa que molesta a los oriundos de esta parte del territorio, que es fértil, verde y cada vez más poblada y donde se supone ya se asentó la modernidad, la banalidad y el estilo de vida “europeo”, además de contar con los mayores focos productivos y también culturas ancestrales que casi nadie en el exterior conoce. Una vez más, la información incompleta nos hace tener una visión del mundo totalmente parcial, forma en nuestra mente imágenes recortadas de situaciones y lugares y en base a ellas construimos un conocimiento que se ajusta a aquello que las fuentes de información quieren o pueden ofrecernos.
Esto nos ocurre en nuestro propio país, al que llegan muchos extranjeros pensando que nuestro folclore sólo es flamenco y luego descubren que hay una gran variedad de tradiciones, músicas y costumbres. Sabemos eso. Pero cuando vives por muchos años en un país que muy poca gente conoce y observas desde allí lo que se dice de él, sientes que estás al otro lado, que has traspasado la barrera de la información y que debes poner en duda cualquier dato que llegue hasta ti. Si puedes, compruébalo, ve allí, vívelo, habla con la gente del lugar, mézclate con ellos. Y si no puedes, busca, contrasta, investiga, compara.
Quizás algunos ya sabían lo que yo sé, pero estoy segura que muchos lo desconocían. La idea no es demostrar mi conocimiento sobre ciertas cosas, sino reflexionar sobre cómo se descubre que el mundo es mucho más que lo que nos dicen sobre él y que es necesario “áuto- desprogramarse” y construir nuestro propio conocimiento, además de nuestra propia opinión.




martes, 25 de enero de 2011

AVENTURAS EN EL MICRO


Los micros son los mini autobuses de transporte urbano. Se trata normalmente de chatarras importadas de Japón, vehículos en mal estado que allí ya no pueden circular porque no cumplen las mínimas normas de seguridad, pero que aquí utilizamos para nuestros desplazamientos- los que no tenemos dinero para comprar un coche, claro-.
Ir en micro es una experiencia inolvidable y muy folclórica por muchos motivos. Por un lado, suelen tener el techo tan bajo que si te toca ir de pie mejor que no tengas problemas cervicales, ya que la mayoría están pensados para pitufos y tendrás que ir todo el trayecto agachado. Por otro, porque no hay maquinitas para picar bono-buses ni nada similar: el conductor también es cobrador y está altamente capacitado para coger las monedas, contar el cambio y dártelo mientras conduce a gran velocidad – no hay por qué dejar de estar en movimiento mientras se cobra-. Como aquí hace mucho calor y los micros ni soñando tienen aire acondicionado, los choferes no soportan la temperatura de los asientos, por eso les quitan todo menos el armazón y colocan sobre el mismo una red de cuerditas de plástico que permiten refrescar las posaderas y la espalda, además de contribuir al libre albedrío de los gases que eventualmente necesiten ser expulsados.
Mi barrio, como ya saben, está en el extrarradio, allá donde las vacas pastan y las gallinas no conocen corral. Allá donde los patos nadan en los charcos. En este tipo de barrios, los micros son muy familiares, muy solidarios con el pueblo. No es como en el centro, donde simplemente pasan. Aquí pitan por las calles y puedes escucharlos a varios metros. Lo hacen para que los vecinos sepan que están llegando y se den prisa en salir para no quedarse en tierra. Eso de que piten a mi me encanta. Pero aunque no pitaran, el peculiar sonido de sus latas desencajándose en cada bache suele avisarte de que se acercan.
La estética interior de los micros suele ser muy rica. Los hay con los asientos forrados en tela vaquera, con fundas plásticas de función anti- transpirante o con cortinas viejas de floripondios. Supuestamente eso facilita la limpieza de los mismos, pero es una simple conjetura. La parte delantera, donde se encuentra el chofer, suele tener una decoración profusa a base de pegatinas con mensajes profundos, como “El placer de volar” o “Aquí todo es chévere: el carro, la música y el chofer”. Esa es otra, la música. No se puede negar que a falta de aire u otras comodidades, la mayoría de los micros ofrecen a sus pasajeros un buen servicio de hilo musical. Gracias a él uno puede escuchar los grandes éxitos de las Chicas Mañaneras o los hitos del reggaetón a tantos decibelios que la música acaba opacando el ruido del motor, que ya es decir.
Cuando el micro sale del barrio y al fin surca carreteras y calles asfaltadas, es maravilloso. Se alcanza velocidades intergalácticas, dejando una estela de humo negro y un tufillo a quemado que te indica que llegarás con tiempo a tu destino. Más aún si el chofer se pica con el chofer del micro de al lado y se enzarzan en una frenética competición por ver quién llega antes al siguiente rompe muelles. Esta indescriptible sensación de riesgo y aventura a veces se ve truncada por algún enfrentamiento verbal entre choferes, que al grito de “colla maldito” o “cojudo de mierda” frenan en seco a dos centímetros de chocar mientras hacen amagos de bajarse del vehículo para sacarse las infundias. Esto puede resultar más grave si ocurre en las estrechas calles del centro: una vez presencié como un chofer, por apurar el espacio, le rompió el retrovisor al chofer de mi micro. Entonces mi chofer se bajó y con toda tranquilidad le arrancó el retrovisor al otro, llevándoselo consigo. El otro ni siquiera se quejó, lo que me hizo pensar que realmente tienen formas de comunicación y resolución de problemas  muy sabias y ancestrales.
Muy interesante también es observar lo que ocurre cuando el micro pasa por un mercado de abasto. Cantidades ingentes de personas esperan allí su línea, cargadas con sacos y enormes bolsas por donde asoman cebollas, sandías y de todo. Muchas veces sus compras están en una carretilla, que es empujada por un carretillero al que contratan para que les ayude a trasladar la carga y subirlo todo al micro. Entonces, se abren las compuertas- que son manuales y se accionan con una palanquita que tira de un hilo- y antes que te des cuenta el micro está invadido por toda clase de verduras, ocupando gran parte del espacio anterior y obligando a los nuevos pasajeros a realizar peligrosas contorsiones si es que quieren pasar hacia atrás. Y si ya no hay espacio, existe la modalidad de “transporte sin capota”, que consiste en ir colgado como un mono de la barra que está sobre la puerta y sólo con los dedillos de los pies dentro del micro. Es refrescante y no sería una gran pérdida para nadie si te caes en una curva, mientras sigan a salvo los tomates. Además llevar la puerta abierta ventila y hace más llevadero el olor a cebolla.
Como ven, ir por la ciudad en micro es una experiencia divertida  y enriquecedora. He llegado a la conclusión que aunque tuviera dinero, no me compraría un coche.

COMPATRIOTAS


Creo que es muy común que a las personas del mismo origen que emigran por un largo tiempo a otro país les dé por asociarse entre ellas. Pero no es mi caso.
Desde que estoy aquí sólo me he relacionado con compatriotas de manera casual y aunque inicialmente me parecía importante relacionarme con personas de mi mismo origen, enseguida desistí. Por una parte, no tengo ningún interés en pertenecer a un gueto y por otra, no me siento ya miembro de una cultura en concreto, ni creo que mi origen me describa o identifique especialmente.
La mayoría de los compatriotas que he conocido aquí parecían sentirse incómodos con lo que les rodeaba: personas, cultura, clima, comida. Casi todos hablaban con cierto desprecio sobre su vida cotidiana aquí y parecían no poder sobrevivir mucho tiempo sin tener cerca a su familia, sus costumbres, sus calles y hasta sus aceitunas con anchoas. La mayoría de esas personas por supuesto ya no viven aquí.
Yo me pregunto si seré un ente frío y distante, o como dice mi madre una descastada, pero no lo veo así. Es verdad que en algunos momentos he sentido rabia e impotencia por diferentes motivos, pero nunca hasta el punto de pensar que no lo soporto y debo huir hacia atrás.
He observado que existe un raro síndrome que hace que cuando un español se instala aquí poco a poco vaya adquiriendo un comportamiento que al llegar no tenía. Es como si al sacarlo de su elemento y una vez pasada la novedad, se descolocara y ya no pudiera ver más allá de sus narices. Esto es algo que me ha llamado mucho la atención en estos años y que no esperaba. Pensaba que los españoles éramos “especiales”, que sabíamos estar, que éramos solidarios entre nosotros y generalmente honestos con todo el mundo. Ideas muy infantiles, por lo que podido comprobar. Es como si, al estar lejos del radio de acción de la familia y los amigos que los conocen de siempre y les podrían reprochar su actitud, aprovecharan para hacer lo que difícilmente harían en su país.
En algunas situaciones he pedido ayuda a compatriotas míos aquí. La primera vez fue a mi cónsul, porque la mismísima Migración hizo desaparecer mi pasaporte cuando estaba haciendo mis trámites de residencia. El apoyo moral que me brindó fue reírse de mí y decirme que “nosotros en la época de la colonia les robamos muchas cosas y ahora les toca a ellos robarnos”. Y jamás movió un dedo por ayudarme. Luego, cuando salió del cuerpo consular, me enteré que tenía procesos judiciales en su contra en Bolivia por ilegalidades que había cometido.
La última vez que pedí ayuda a un español aquí, me dijo que “Gandhi sólo hubo uno y Madre Teresa de Calcuta sólo hubo una”, y que era mejor conformarse con la injusticia porque la vida da muchas vueltas y es preferible tener a los malos de tu parte porque luego los puedes necesitar. Y como yo discrepé y reclamé mis derechos, me dijo que lo había traicionado, porque claro, él era uno de los malos. Tan sólo he contado el primer y último caso que me afectó personalmente, pero he visto bastantes más y muchos de ellos no tenían nada que ver conmigo.
Todo esto me ha hecho pensar mucho acerca de quiénes somos, si somos los mismos en casa y fuera de ella, si existe algo que nos define como pueblo. Sabemos que cada cual es único, que tiene sus peculiaridades, pero… ¿realmente existe algo en nuestra cultura que nos hace parecidos? Y, ¿ese algo es lo que pensamos? ¿Nos comportaríamos igual si fuéramos a un país europeo que a un país africano?¿Es voluble nuestra personalidad?
Estas experiencias han hecho cambiar mucho los conceptos que tenía acerca de mi cultura y de mi origen. Siempre trato de estar en contacto con aquello que tenía allí y que sí merece la pena, como mis amigos. Siempre que mi familia puede enviarme o traerme cosas pido algunas típicas, como carteles de feria, cerámicas, comida, DVDs de mi ciudad para verlos una y otra vez. Pero no me siento orgullosa, ni siquiera encantada, de ser de donde soy. No presumo de ello ni lo muestro a los demás como algo que me define. Es algo que queda en mi casa, para mí.
Me pregunto por qué me he encontrado en este país tantos compatriotas que me han decepcionado, que me han hecho pensar “qué vergüenza que sea un paisano”. ¿Debería eso decepcionarme? ¿Deberíamos parecernos en base a nuestra nacionalidad o es que los seres humanos en general tenemos en común una cierta tendencia al abuso, al desprecio, a la falta de solidaridad?
Ante tantas dudas y experiencias, prefiero no pertenecer a ningún grupo. No busco círculos de compatriotas emigrantes, no me interesa asociarme con nadie. No creo lograr sentirme “como en casa” si lo hago. Me siento bien identificándome conmigo misma, siguiendo mi camino y disfrutando constantemente de mi individualidad.

lunes, 24 de enero de 2011

LA BUENA EDUCACIÓN


Estos días los estudiantes vuelven a los colegios y no puedo evitar ponerme un poco nostálgica pensando en que este año no podré disfrutar de incomparables placeres como expulsar a los alumnos del aula, sentirme poderosa diciéndoles lo que tienen que hacer o demostrarles lo mucho que sé sobre asuntos que no les servirán para nada en la vida.
En realidad, trabajar en educación muchas veces constituye una excelente ocasión para comprobar la mala educación de aquellos que dicen ser especialistas en enseñar valores a los estudiantes, como si los estudiantes fueran estúpidos. Me imagino que esto ocurre en muchas partes del mundo, pero yo sí que lo he experimentado aquí.
En primer lugar, me parece una aberración que se les enseñe a los estudiantes que llevar el uniforme completo, sin trasgredir el estilismo de la institución ni en el color de los calcetines, es un hábito que, supuestamente, los va a preparar para las exigencias de la vida social y las buenas costumbres, para la cual por supuesto necesitan respetar ciertas normas de imagen. Lo considero aún más absurdo cuando al mismo tiempo a las chicas se les permite llevar falditas de longitudes ínfimas que muestran el pliegue que separa las piernas de las nalgas, pero es que al fin y al cabo la falda la compraron en el colegio y el responsable del negocio ya ganó su buen dinero, ¿a quién le importa que la mitad de la prenda haya acabado en la basura y el resto se haya convertido en algo así como un taparrabos?: A nadie. Ellas pueden aprender también con el culo fuera, ya que el cerebro no está en el culo. Aunque en algunos casos esto no esté tan claro.
No menos absurdo es que se expulse del aula a un estudiante por llevar un pendiente en la oreja, en la lengua o en la ceja, pero que si ese mismo alumno agrede verbalmente a un profesor o a un compañero, pueda permanecer en ella con relativa tranquilidad y contar después su proeza a todo el que la quiera escuchar, jactándose además de que “no le pasó nada”. Es alentador que se castigue lo inocuo y se pase de largo ante lo que no lo es.
No me parece muy educativo que el director entre a las aulas a enseñar a los alumnos el significado de conceptos como respeto, educación y “buenas maneras” cuando diez minutos antes ha estado levantando la voz al profesor en presencia de los estudiantes o haciéndole comentarios irónicos poniendo en duda su capacidad o sus decisiones. Aún así seguirá tratando a los alumnos como si fueran estúpidos y no supieran detectar la hipocresía.
Es bastante desalentador que se pretenda borrar cualquier rastro de creatividad por parte de profesores o alumnos, o que ésta se la limite a momentos y actos especiales, ya que ser demasiado creativo o simplemente diferente puede ser un foco de subversión que cree problemas a la institución, cuando en realidad el colegio debería ayudar a todo el que trabaja o estudia en él a expresarse con libertad y poner en práctica sus cualidades y habilidades.
Y analizando lo que hay detrás del telón, lo que muchos estudiantes no ven, pero que algunos observadores intuyen…esto a veces es un simple negocio, donde se paga el sueldo del profesor con las mensualidades de sólo dos o tres de los cientos de alumnos que mantienen económicamente el colegio, lo cual no impide que al profesor le paguen tarde. Aún cuando se exige a las familias ser puntuales en soltar el dinero,  bajo educadas amenazas de expulsar del aula a sus hijos hasta que se pongan al día en sus deudas. En este negocio se evaden impuestos, se falsean datos y se estafa si es necesario, mientras tanto se les enseña honestidad a los alumnos. En este negocio se premia a los profesores que no cumplen bien con su trabajo, que llegan tarde a clase, que dan ejercicios a los alumnos para mantenerlos entretenidos y poder corregir exámenes de otros cursos en el aula. Se los premia siempre y cuando no tengan la osadía de dar la cara para discrepar de las inconsecuencias y los incumplimientos. Está prohibido comportarse como un ser libre pensante en forma explícita.  Está muy mal visto tener confianza en sí mismo. Es un atrevimiento tener dignidad. Y si la tienes, procura que no se te note. En definitiva, para triunfar en el negocio, debes comportarte como la perfecta antítesis de todo aquello que dices que estás “enseñando”.
Aquí he aprendido que vender educación es como vender sandías sin agujero. Si por fuera tienen buena pinta puedes decir alegremente que están dulces y siempre habrá quien las compre. Al que las vende no le interesa como están por dentro, sino que se las paguen. Por supuesto no siempre es así, pero  sí que he tenido el placer de conocer muy de cerca esta clase de circos, que se alejan mucho del ideal de educación que aún hoy sigo teniendo.
Conozco algunos estudiantes mucho más capacitados en cuestión de valores que quienes les enseñan. Y he llegado a una conclusión más o menos clara a través de todas estas experiencias: cuando vayas a un colegio, observa el estado del mobiliario: si los estudiantes lo han destrozado, es que se maneja como un negocio. Si los alumnos lo han mantenido en un estado relativamente aceptable, es porque de verdad es un colegio.  

domingo, 23 de enero de 2011

AUTO-REIVINDICACIONES


"Carnal por siempre"

"El domador"

Muchas veces había pensado escribir acerca de los mensajes que muchos pegan aquí en las lunas traseras de sus coches. En ocasiones, cuando he ido en micro- en autobús- me he estado entreteniendo mientras los leía. Algunos son muy comunes y otros no tanto, pero siempre pensé que sería muy interesante analizarlos y complementar este análisis con fotos.
Aquí uno puede decorar su coche como mejor le parezca, aunque forre de letras y figuras los cristales y sólo disponga de 20 centímetros cuadrados para poder ver con quién uno va a chocar o quién lo va embestir. Esta subcultura de las “auto-reivindicaciones”  siempre hace que los desplazamientos sean bastante instructivos.
Tenía tantas ganas de hablar sobre esto que no he conseguido más que dos fotos propias de mala calidad para ilustrarlo y por internet sólo un ícono de los muchos que exhiben los motorizados locales: el del niño meando, que es sin duda uno de los más exitosos. Pero quiero escribir sobre esto ya.
En la lista de frases célebres de coche que fui elaborando cuando volvía a casa en micro esta mañana, están las siguientes:
- “Nadie muere mocho, carajo”.  La vi hoy por primera vez. Decoraba la luna trasera de un cochecito de poca monta. Me pareció una interesante manera de justificar los cuernos y de avisar a su mujer (es obvio que el dueño del motorizado era un hombre) de lo que le espera. O quizás se trate de una forma desenfadada de reconocer que es un cornudo antes que otros lo dejen en evidencia por eso.
- “Sonríe, tu mujer me ama”. Ésta es una de las más requeridas. Se trata de demostrar hombría y de provocar al de atrás.
- “Tu envidia es mi progreso”. Dicha frase es muy popular y bastante utilizada por personas que tienen negocios, un buen coche o ambos. Creo que corresponde a propietarios de vehículos con elevada autoestima.
-“A nada…”. Esta sencilla leyenda describe el sentimiento de miles de automovilistas con vehículos de segunda, tercera o cuarta mano, ruidosos, remendados y de mal aspecto. Antes que nadie pueda reírse del deplorable estado de su coche, se adelantan con esta frase, que traducida al español de España significa “menos da una piedra”.
- “Me ves y lloras”. Esta frase es también muy popular, aunque no consigo entender a donde quiere llegar. Supongo que se sienten identificados con ella conductores optimistas abandonados por sus mujeres o  aquellos conscientes de su fealdad.
- “Yo ando con Dios y si no vuelvo es que me fui con él”. Frase tremendista donde las haya.
- “Me venden”. Es una frase muy tierna que atribuye propiedades humanas a los coches en venta. Normalmente vienen acompañadas del número de teléfono del propietario, de tal manera que “al paso” puedes anotarlo si te interesa el vehículo.
- “Mis dos amores: Fulanita y Menganita”. Ésta es una de las que más me ponen los pelos de punta, ya que el conductor hace apología móvil de su familia -normalmente de la mujer y la hija- que además suelen ostentar nombres como Yessica, Zuleika, Karminka Yenni o Karen Yenifer (literalmente, ya que aquí uno se puede poner el nombre que le dé la gana utilizando la ortografía que más le convenga. Como ejemplo, tuve un alumno llamado Maicon Yeckson). Si el dueño del mensaje lo que conduce  es un micro, tiene la posibilidad de hacer esta exhibición en letras de mayor tamaño y de incluir las fotos de las homenajeadas, que son también pegatinas, al igual que las letras. Como variante a este modelo, una vez vi en la luna trasera de un micro el siguiente mensaje: “Yonicito, bendición de Dios”. Acompañado de una gigantografía del niño que impedía cualquier clase de visibilidad desde el retrovisor, pero que al menos protegía del sol a los pasajeros de los asientos de atrás.
Éstas son algunas muestras de la imperiosa necesidad de expresarse que tienen los conductores locales. Aunque habría que añadir algunas imágenes icónicas como la del niño que les he presentado, la del niño sacando el dedo, las de Pamela Ánderson y algunas más.
A mí me parece fascinante que muchos conductores prefieran comunicarse con el prójimo a través de los cristales de sus coches antes que ver por dónde van. Algunos inclusive llevan la parte superior de la luna frontal tan decorada que para poder ver al de delante tienen que echar el cuerpo a tierra. Pero no importa, ellos dicen lo que quieren decir. Total, nadie se lo impide, porque como se puede comprobar, aquí hay mucha más libertad de expresión que en otros países que supuestamente son pioneros en derechos humanos.
Me gustaría profundizar en este tema, pero será más adelante. Seguro.

sábado, 22 de enero de 2011

COSAS QUE JODEN PERO QUE TIENEN SU ENCANTO


Aquí hay cantidades inusitadas de cosas que me joden sin remedio. De todas formas, hay que reconocer que en el fondo me encanta verme un poco jodida. El caso, que me gustaría hacer una pequeña lista de esas cosas que me ponen frenética pero que parecen de difícil solución en este recóndito lugar. Ahí va:
- Me jode que cuando hace mucho calor y llega la hora de volver del trabajo (que es más o menos la misma para casi todo el mundo) las bombas de la cooperativa de agua no sean capaces de llevar ésta a mi casa con la presión suficiente como para poderme duchar. Me jode ver caer 3 míseras gotas del pinganillo, llamarlos y que me digan que “es que mucha gente está ocupando el agua al mismo tiempo, va a disculpar, espere nomás un rato”. Como si fuera culpa de la gente por ducharse a la misma hora. Me jode especialmente cuando huelo a tigre, lo cual no es infrecuente. Me jode y me jode.
- Me jode que cuando voy a comprar un cartón de tabaco a un lugar donde no me conocen, cuando les pregunto el precio me miren detenidamente balbuceado “Hummmm…”, para acto seguido darme un precio sensiblemente superior al normal. Por supuesto mando al responsable del hecho a cierta parte y me resigno a seguir buscando el precio justo y al final lo encuentro. Pero me jode.
- Me jode que al lado de mi casa haya un granero al aire libre, gracias al cual existe en el área una enorme colonia de palomas ávidas de maíz, que a su vez ha atraído a una colonia, no menos numerosa, de niños desaprensivos que en lugar de hacer los deberes o estudiar se dedican a matar palomas con tirachinas. No sólo es grave la mortandad de palomas que provocan, sino la posible mortandad de mamíferos domésticos y seres humanos que puede tener lugar en mi patio, ya que algunas de las piedras y frutos lanzados logran ingresar a gran velocidad en mis dominios. Me jode.
- Me jode que un gran porcentaje de la población tire vasos, bolsas de plástico y otros desde las ventanillas del autobús o del coche. Prefiero que escupan - cosa que tampoco es infrecuente- porque la saliva es biodegradable.  Me jode cuando vuelvo a casa encontrar por el camino todo tipo de desperdicios, y que las bolsas arrastradas por el viento lleguen hasta mi patio emulando la famosa escena de American Beauty. Me jode.
- Me jode que el tío del granero tenga unos cuatro gansos sueltos. Me dan miedo los gansos, son muy agresivos. Les temo cuando paso cerca de ellos y abren el pico emitiendo un sonido amenazante. Me jode tener que apretar el culo y apartarme temblando mientras trato de aparentar que los gansos no me intimidan. Me jode.
- Me jode lavar a mano un montón de ropa bajo un cielo cristalino para que sin que me dé tiempo a pestañear y sin que nadie avise, el cielo se vuelva negro y caiga un diluvio terrorífico que echará por tierra mis aspiraciones de rápido secado. Me jode especialmente cuando lo que tengo colgado es una ristra de bragas. Pero aunque no sean bragas, me jode.
- Me jode que cuando estoy en el éxtasis de mi desempeño culinario, la llama del fogón de vaya extinguiendo, haciéndome ver que se acabó el gas. Me pone aún más frenética el hecho de no saber quitarle el tubo a la bombona vieja y en consecuencia no ser capaz de ponérselo tampoco a la nueva. Pero cuando eso ocurre con Urbano en casa, lo que más, más nos jode, es ir a la tienda de la esquina con la bombona en carretilla y que la tienda no tenga gas. Esto jode, sobre todo, cuando vives en un país productor de gas y te preguntas de qué te sirve.
- Me jode que la gente esté acostumbrada a llegar tarde a todos sitios y que hasta cuando hay una boda o un cursillo, las personas prefieran siempre llegar como mínimo una hora tarde porque alegremente presuponen que han citado con anticipación. Lo peor es que si llegas puntual ni los organizadores están. Eso sí que jode.
- Me jode la tranquilidad de los perros autóctonos. En España cuando ven un coche, se apartan. Aquí siguen sentados en medio de la calle hasta que las ruedas les rozan un pelo, de tal manera que cuando vas en automóvil por el barrio llevas el corazón en un puño porque crees que te estás llevando por delante a los perros de todos los vecinos. Hasta que, cuando ya lo creías imposible, ves los perros emerger de los laterales del auto sin que aparentemente exhiban un solo rastro de sangre ni les cuelguen las tripas. Bien por ellos, pero sí que jode.
- Me jode que en las fiestas de barrio la música se ponga tan alta que los objetos de cristal casi alcancen su punto de rotura y que se considere una delicia pasar dichas reuniones lúdicas gritando como cochinos sin conseguir, ni aún así, entenderse. Si lo pensamos bien, estas fiestas constituyen una excelente ocasión para insultar a las personas que te caen mal sin necesidad de hacerlo a su espalda. En este sentido resultan muy gratificantes, pero por lo demás, jode.
- Me joden muy especialmente los piropos locales. Los más odiados por mi son “Hola bebé” y “Hola mi amor”, por ese orden. Aparentemente son saludos, pero en realidad son piropos encubiertos, que no resultarían tan desagradables si no fuera por la mirada lasciva y la actitud depredadora de quienes los dicen. Y lo más sorprendente es que graznando de esa manera se sienten convencidos de que te encanta y de que su hombría te impresiona. Es decadente…y jode.
Esta es una pequeña muestra de las cosas que me joden, pero que tienen su encanto. Son situaciones cotidianas, que ya casi me pasan desapercibidas, pero que merece que les dé su importancia porque, en el fondo, forman parte de ese ambiente en el que me muevo y constituyen pequeños inconvenientes que ya considero parte de mi vida.

¿PROBLEMAS DE COMUNICACIÓN?


Es increíble cómo puede cambiar la forma de hablar en sólo unos años. A veces me pregunto…” ¿significa eso falta de personalidad?”.  Pero pensándolo bien, es casi inevitable cuando no hablas con nadie de tu país durante años. Porque yo no me relaciono con ningún coterráneo, y encima vivo con una persona de aquí. Daré algunos ejemplos de los estragos que eso causa:
Cuando me levanto en la mañana, abro la heladera y bebo agua. Luego agarro la cafetera y pongo el café. Más tarde prendo la tele y  miro todas las huevadas que salen, sin olvidar la computadora. Si hay alguna polera  o calzón sucio los pongo en remojo y si a los gatos les falta balanceado les lleno el plato. Si me toca ir al mercado, agarro el micro y, mochila al hombro, compro pimentones, zapallo, vainita, masa de tomate, chancho y lengua de panza, si la plata me alcanza y veo que no me voy a quedar yesca. Aparto quintos para el micro y vuelvo a casa. Pero recuerdo que me faltó sal y voy a la venta de la esquina, y además como hace calor le pido a la cholita que me dé dos pesos de bolos de diferentes sabores.
Almorzando miro el noticiero mientras pienso que hay mucho cojudo suelto. Luego lavo mis servicios y pongo la charola de los perros al fuego. Me doy cuenta que pisé un puchi de gato en el patio y lavo con jabón mis chinelas, mientras observo que mis plantas trepadoras están ascendiendo por la barda.
Por la noche decidimos ir a un boliche, y como no tenemos movilidad y es tarde agarramos un taxi. Después de tomar  y bailar durante horas, me doy cuenta que estoy yema y que es hora de volver. Llamamos un móvil  y nos lleva por una calle llena de pozos. Observo el vehículo y me parece una cacharpa: los vidrios ni suben ni bajan, los guiñadores  no funcionan y los asientos están pa los perros. Al llegar a casa apago  los focos y después de ducharme y cambiarme apago el celular  para que nadie me moleste. Luego como hace frío saco la frazada  y me la echo encima. Mañana será otro día.
Bueno, yo creo que este pequeño “problema” lingüístico, que es más grave si le añadimos el acento,  podría tener solución. Pero no estoy segura de querérsela dar. En realidad…¿no es más saludable tener un vocabulario más amplio? ¿No es mejor hacerte entender en el lugar donde vives?.
Pues sí, claringo está.

MIS PROPIAS FRONTERAS


Esta mañana desperté a las ocho, un poco tarde. Cuando abrí la puerta de la cocina, me encontré, como todos los días,  un montón de gatos haciendo fila para poder adueñarse del sofá y de la cama. Y cómo no, mis dos perros mirándome con ojillos suplicantes para recibir el desayuno.
Todos los días lo mismo. Después poner la cafetera al fuego, encender el ordenador y consultar todo lo que me interesa mientras me tomo el café.
Todas las mañanas verifico el estado de la bolsa de basura de la cocina, tratando de llenarla lo máximo posible con tal de que me deje la posibilidad de hacerle un nudo arriba para pasarla a ese lugar inalcanzable por mis perros, el techo de su casa. Hay que tener en cuenta que el camión de la basura sólo pasa una vez en semana. Y que me pone nerviosa ver tantas bolsas con basura en el patio.
Volviendo al ordenador. Como al lado está el dormitorio, donde se encuentra la única televisión de la casa, y dado que me gusta saber las novedades y últimas noticias que salen en los magazines mañaneros, mientras miro los periódicos digitales, chateo y alimento mi facebook mantengo la tele encendida para escuchar qué dijo Evo Morales, a quién han metido ahora en la cárcel, cuál ha sido el último asalto en la ciudad y todo eso. Creo que no quiero volver a trabajar, sólo con tal de seguir en mi tranquila pereza,  disfrutando la mañana con el mayor número posible de artefactos eléctricos encendidos. Es una vergüenza, lo sé, pero mientras se mantienen encendidos barro la casa, hago la cama y a veces hasta me dedico a la jardinería, porque plantas tengo bastantes y si me descuido me invade la maleza. En realidad, estoy invadida por los gatos, los perros y las plantas y todo en la casa está condicionado a ellos.
El caso, yo soy una emigrante con fronteras. Y mi casa es un mundo aparte.
Me han dicho que en España ya está prohibido ir a una vaqueriza y comprar leche recién ordeñada.  Y que ya no se puede tener pollos ni gallinas en el corral. Yo me acuerdo cuando  iba con mis abuelos paternos  a comprar leche natural y la llevábamos a casa en una lechera de aluminio. Y me acuerdo también que mi abuela materna tenía gallinas y gallos en su corral. Hasta mi pato Rocky vivía allí. Es increíble que ya no dejen disfrutar de las cosas buenas de la vida. Aquí sin embargo, las vacas pastan en mi puerta, a veces salgo y me topo a una cerda con sus cerditos,  el lechero pasa todas las mañanas en una carreta tirada por un caballo y vende leche recién ordeñada. Y mucha gente cría pollos en su casa. Inclusive yo tengo en este momento trece gatos y dos perros y a nadie se le ocurre quejarse. Y vivo en una gran ciudad, aunque sea en el extrarradio.
Alguna gente sigue asombrada de que haya decidido vivir aquí, viniendo de un lugar donde la leche siempre está pasteurizada, donde ya no se puede fumar en ningún sitio, donde todo está limpio y asfaltado y los autobuses están nuevos y tienen aire acondicionado. Pero aquí cuando llueve huele de verdad a tierra mojada, porque mi barrio no tiene pavimento. Los autobuses son chatarra, pero no necesitas andar hasta la parada porque los coges donde quieres. Aquí puedes convertirte en empresaria sin ningún papeleo, porque puedes abrir una tienda en tu propia casa sin ningún tipo de licencia, ya que nadie controla. Aquí puedes criar todos los animales que quieras porque nadie te lo prohíbe. Puedes negociar todavía el precio de algunos artículos cuando vas de compras. Puedes conseguir un cochecito hecho polvo por poco dinero, inclusive si tiene el volante en la derecha: aquí te lo cambian de lugar aunque el cuenta kilómetros quede en el lado opuesto. Y no importa si te pilla un atasco cuando vas en taxi, porque los taxímetros no existen.  Y puedes disfrutar de otros raros placeres muy fácilmente. Aunque haya muchos bichos enormes, aunque existan epidemias de dengue, aunque los hospitales sean una pena y aunque haya tanta pobreza.
Yo pienso seguir acumulando bolsas de basura cada semana y cuando vuelva la época de niguas, me las pienso seguir sacando de debajo de la piel con un alfiler. Me pienso seguir moviendo en cafeteras con ruedas y voy a continuar cerrando las puertas al anochecer y comprando Baygon para no volver a tener el dengue. Me voy a arriesgar a no encontrar una buena atención médica si me ocurre algo grave y estoy dispuesta a soportar muchos más charcos por mi barrio cada vez que llueva. Porque hace ya mucho tiempo creé mis propias fronteras.